Ocasionalmente, los archivos se convierten en terrenos fértiles para la fabulación y la creación de lo posible. En primavera de 1960, Luis Buñuel viajó a París para finalizar los títulos de su producción mexicana La joven, que sería presentada poco después en la misma edición del Festival de Cannes que acogió el estreno de Los Golfos de Carlos Saura. Su estancia en Francia fue decisiva para conseguir, mediante las influencias diplomáticas de su amigo Francisco Rabal y distintas visitas al consulado parisino, el visado que le concedería la entrada a su país natal por primera vez tras más de 20 años de exilio forzoso.

A los pocos días de cruzar la frontera, el Festival de San Sebastián, inmerso en los preparativos de su octava edición, proyectó una pequeña parcela de apertura: la posibilidad histórica de contar entre sus invitados con un cineasta que había abandonado el país por razones políticas. El archivo del Festival conserva la carta manuscrita que el cineasta calandino dirigió desde el hotel Plaza de Madrid al entonces alcalde de San Sebastián y presidente del Comité Ejecutivo del certamen, declinando su invitación debido a que “el 21 de junio embarco para México a donde me reclaman mis asuntos profesionales”. La respuesta de Buñuel ha de leerse entre líneas: en aquel momento, entre sus asuntos profesionales se hallaba la posibilidad de coproducir y rodar Viridiana (1961) en territorio español y con ello el deseo de disminuir cualquier exposición pública que hiciera saltar por los aires su proyecto.

No sería hasta diecisiete años más tarde cuando Luis Buñuel visitaría por primera vez el Festival de San Sebastián donde sería homenajeado con una retrospectiva y una Concha de Oro en reconocimiento a toda su trayectoria. Un gesto político, lejos de toda fabulación y esta vez más posible que nunca, de un festival que estaba experimentando una transformación vertiginosa desde la muerte de Franco.