Con el título “Chile por dentro y desde fuera”, el Festival de San Sebastián dedicó en su trigésimo quinta edición del año 1987 una sección completa al cine chileno. Aquel mes de septiembre trazaba una tensa línea entre el pasado y el presente: el golpe de Estado de Augusto Pinochet en 1973 y esa revisión de la historia desde el cine, que proyectaba el retorno a una democracia aún incierta.
85 años se cumplían de la primera película realizada en Chile y, por lo tanto, del nacimiento del cine en el país andino. La efeméride había dado el impulso para la organización del ciclo en el certamen donostiarra. Pero otro acontecimiento se hacía latente en la programación de aquella sección: el vigésimo aniversario del Primer Encuentro de Cineastas Latinoamericanos que se había realizado en Viña del Mar en 1967 y que se había convertido en hito fundacional de un cine de compromiso político y social en Chile y en toda América Latina.
Diego Galán, director del Festival de San Sebastián desde la edición anterior, destacaba una intención de revivir la fascinación de la sorpresa en el ciclo dedicado al cine chileno, así como en el resto de las secciones. El certamen había recuperado la categoría de festival competitivo no especializado, otorgado por la FIAPF, y pretendía ratificar ese apoyo en la potencia de su programación. El periodista y miembro del comité de dirección José María Riba fue designado para coordinar la sección sobre Chile.
El ciclo estuvo compuesto por treinta y seis películas. El reconocido director Patricio Guzmán participó con su documental En nombre de Dios (1987), y estuvo presente en la rueda de prensa, mientras que Ignacio Agüero exhibió sus cortometrajes No olvidar (1982) y Como me da la gana (1985). Por su parte, Orlando Lubbert, que ganaría años más tarde la Concha de Oro con el film Taxi para tres (2001), formó parte del foco con las obras El Paso (1979) y Chile, la cultura necesaria (1986). La única película de la sección dirigida por una cineasta fue Yo no le tengo miedo a nada (1984) de Tatiana Gaviola. Sergio Bravo, fundador del Centro de Cine Experimental de Chile, tuvo un rol protagónico en el ciclo; se proyectaron sus cortometrajes Día de organillos (1959) y Ese desconocido (1960), su largometraje No eran nadie (1981), y la única película de ficción del cine mudo chileno, El húsar de la muerte de Pedro Sienna (1925), que Bravo había recuperado y restaurado en 1961. Finalmente, el cineasta Hernán Castro, integrante del Colectivo Cine-Ojo, presentó Vitel Noticias nº9, un informativo alternativo hecho en video que se concluyó apenas unos días antes del comienzo del festival.
“Nosotros con nuestros medios tratamos de contrarrestar toda esta maquinaria estatal, pero somos el David frente al Goliat de la comunicación” mencionó Castro en el coloquio que se realizó en torno a la sección. La mesa redonda expuso discrepancias entre los realizadores en torno a la realización de un cine de testimonio o de ficción independiente, pero también evidenció un punto común compartido: la labor de difusión que emergía de la actividad cinematográfica realizada desde el exilio. Tal y como señalaba en uno de los números del diario del Festival el historiador de cine Paulo Antonio Paranaguá, moderador de aquella mesa, las ciento setenta y seis películas que los cineastas chilenos filmaron fuera de su país desde el inicio de la dictadura militar representaron un caso único de continuidad de una cinematografía local en la diáspora.
Por dentro. Desde fuera. El título del ciclo sintetizaba un tiempo de Chile, de su cine y de su pueblo. El cartel que se conserva en el archivo del Festival dibujó una misma mirada. Los márgenes son rojos, el fondo es negro. Y en el centro, del nombre y del cuadro, la claridad de una persona que avanza de frente con el puño en alto.
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