En 1966, apenas unos meses después de la celebración de la Primera Conferencia Tricontinental de La Habana, se fundaron en Túnez las Jornadas Cinematográficas de Cartago, una iniciativa concebida por el cineasta Tahar Cheriaa bajo el auspicio de la Secretaría de Estado de Asuntos Culturales y de Información de la República Tunecina, en lo que es hasta la fecha el evento cinematográfico más antiguo en activo en África.

En aquella primera edición, el considerado ‘padre del cine africano’ Ousmane Sembène ganó el Tanit de Oro con su largometraje La Noire de… (1966). Tras su visita al certamen se involucró junto a la política Alimata Salambere en la creación del otro gran festival del continente africano, el FESPACO (Festival Panafricain du Cinéma et de la Télévision de Ouagadougou), inaugurado en Burkina Faso tres años después.

En un clima global de movimientos estudiantiles y sociales que redibujaban el mapa de festivales internacionales, de repúblicas de reciente constitución tras las luchas de independencia (1957 en el caso de Túnez) y de deliberado alejamiento de los poderes coloniales, estos festivales de cine emergían como espacios de reivindicación de una identidad cinematográfica propia alejados de influencias hegemónicas del cine occidental. No es fortuita la creación en 1970, en el marco del Festival de cine de Cartago, de la Federación Panafricana de Cineastas (FEPACI), que desarrollaría una base para la cooperación cinematográfica Sur-Sur, junto a los pueblos africanos, latinoamericanos y asiáticos.

Para su segunda edición de 1968 (el festival tunecino se planteó de manera bianual en sus inicios, en alternancia con el Festival de Teatro de Cartago), Tahar Cheriaa envió una invitación a Miguel de Echarri, Director del Festival de San Sebastián, y adjuntó a su carta las bases reguladoras del certamen. De este documento, única huella de correspondencia entre ambos festivales, se desprenden los pilares que fundamentan los objetivos del festival: ser un punto de encuentro para jóvenes cineastas y críticos del continente africano, poniendo especial atención al cine árabe y subsahariano a través de proyecciones de películas, encuentros y debates de reflexión sobre el lugar del cine africano en el mundo. Entre sus otros objetivos, la internacionalización, con la creación de puentes de diálogo entre el norte y el sur global en términos de mejora cinematográfica. Su línea editorial se caracterizaba por apoyar cines comprometidos y militantes y por exhibir en Cartago películas que habían sufrido la censura en sus países de origen.

Por la historia del certamen de Cartago han pasado cineastas de renombre como Sara Maldoror, Youssef Chahine, Med Hondo, Safi Faye o Michel Khleifi, galardonado con el Tanit de Oro en 1988, después de alzarse un año antes con la Concha de Oro del Festival de San Sebastián por su película Urs al-jalil (Boda en Galilea, 1987).